Texto y fotos: Miguel Gutierrez
Sentadas sobre su dolor, Susana Amaro y
Pilar Fierro tocan la tierra que cubre la cruz sepultada. Y con ella las fosas
y las investigaciones para recuperar los restos de los estudiantes y el
profesor que todavía faltan encontrar.
Como todos los años, ellas llegaron hasta
Cieneguilla junto a los demás deudos para recordar a sus familiares desaparecidos.
Tras un largo peregrinaje hasta el lugar, no pudieron avanzar más. Una montaña
de tierra cubría lo que para ellos era un camposanto, un espacio de memoria y
un altar donde pensaban instalar las flores y las velas que se quedaron apretadas
a las manos impotentes.
Hilario Amaro fue el primero en enfrentar
al olvido. Trepó arañando cada metro de tierra, mientras se hundían sus pies
sobre el silencio de todo el lugar. No lo detuvieron ni el miedo, ni el odio, ni
los años. Al llegar sólo atinó a decir señalando: “Allá estaba la cruz, allá
estaba mi hijo.”
La indiferencia de la fiscalía y la
indolencia de la constructora fueron cómplices para que el tiempo y los culpables
sepultaran todo rastro de los cuerpos. La verdad no debe ser obstruida, la
indiferencia no debe ser institucionalizada.
hermosa y sensible manera de escribir y fotografiar una realidad
ResponderBorrarMuchas gracias por tus palabras. Es inevitable sentirse afectado por una realidad tan dura...
ResponderBorrarEste insensible suceso es imperdonable!!!
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